África

África no es solo sus paisajes. Es también sus sonidos y sus olores.

 Pero África sí tiene paisajes impresionantes. Y paisanajes.
África es, más que un continente, un planeta distinto. Más allá de las arenas del desierto, allá donde terminan los caminos de los rallies de los europeos, África se convierte en una lección de historia, de geografía, de filosofía y de ética.
África se torna en paisaje de blancos y negros -y, cada vez más, amarillos- vestidos en ropajes de mil colores. Un mundo de claroscuros imposibles de valorar desde la paleta de colores europea.
El africano es orgulloso, que suele ser el eufemismo que se emplea muchas veces para vestir de asombro la osadía de unas gentes para mantener la cabeza alta frente a Occidente. "Es un pueblo orgulloso" se traduce por "¿de qué va esta gente?¿pero no se han visto?". Sin embargo, tiene mucho de lo que estar orgulloso. La espalda recta de las mujeres, esa que les otorga una elegancia más allá de los cánones griegos, puede deberse a la postura que tienen que adoptar desde niñas para acarrear en sus cabezas el peso de su comunidad, pero también es un signo de que su condición humilde para los materialistas estándares europeos no les hace menos dignos, sino más.
África es también sus sonidos.
Es el sonido de la risa de sus niños. De poblaciones en las que los niños son las tres cuartas partes de la población, de comunidades en las que los niños juegan al fútbol o al futbolín con camisetas del Madrid, del Barça o de la Selección y juegan a arrastrar las redes hasta la playa con las capturas del día.
Es también el sonido de sus hombres y mujeres que se desangran en la guerra y en una constante explotación del hombre -y más aún de la mujer- por el hombre. Desde dentro y desde fuera.
África es también sus olores.
No conoces algo si no sabes cómo huele.
Dakar huele a humo negro.
Allá por donde mires, el paisaje paradisíaco se tiñe de basuras y escombros, el sol no madruga y se esconde detrás de una película de humo y polvo hasta tarde. Europa demuestra aquí la excelencia de su capacidad para deslocalizar basuras y externalizar responsabilidades medioambientales.

La naturaleza del ciberespacio

En alguna ocasión, hace ya unos años, me incorporé a la corriente que defendía que el ciberespacio era uno más de los llamados Global Commons. Si entendemos el concepto como aquellos espacios cuya soberanía es difusa y que se utilizan para el tránsito de bienes, personas o ideas, efectivamente, podríamos pensar que el ciberespacio puede equipararse a las aguas internacionales, al espacio aéreo y el espacio exterior. Por los cuatro ámbitos discurren mercancías (el 90% por el marítimo), personas (el 90% por el aéreo) y datos e ideas (por el ciberespacio y con el auxilio del espacio exterior).
Sin embargo, igual que otros colegas, he llegado a la conclusión en los últimos años que hay un factor que distingue al ciberespacio de los otros tres dominios. Evidentemente, su carácter artificial le confiere características distintas. Por otro lado, su inmaterialidad (parcial, bien es cierto) lo hacen trasversal a mares y a los espacios aéreo y exterior. Aún así, lo verdaderamente distintivo del ciberespacio es el modo en que altera las realidades de los otros tres dominios.
Mientras que los Commons materiales tienen límites definidos de forma más o menos precisa, el ciberespacio es absolutamente trasversal a todos ellos y se solapa con los tres alterando la percepción que tenemos de los mismos. Mucho más allá de la posición elevada que suponen las redes respecto del mundo material está el hecho de que por ellas discurren las ideas; entre ellas, la misma idea de los entornos. El ciberespacio no tiene la misma naturaleza que los demás porque por él discurren realidades que son diferentes de las materiales. La esencia del ciberespacio es básicamente distinta de la de los otros Commons y hace muy difícil su equiparación a ellos.
En la naturaleza encontramos elementos o compuestos que suelen actuar como catalizadores de las reacciones de otros. También tenemos disolventes y excipientes que permiten o albergan esas reacciones. El ciberespacio sería uno de esos catalizadores o disolventes. Altera la esencia misma de las cosas que discurren por cualquiera de los otros ámbitos. El entorno marítimo, el aéreo y el espacial cambian por el mero hecho de que exista el ciberespacio y tenga influencia sobre ellos.
Tendemos a incluir el prefijo ciber- a fenómenos que ocurren en el mundo real y queremos trasladar al virtual. En realidad, el ciberespacio supone una alteración del fenómeno en sí y, desde que interactúa con la realidad, la modifica; no para convertirla en una ciber-realidad, sino cambiando su esencia misma dentro del mismo entorno en el que estaba.
No existe el ciber-delito, existen delitos que se sirven del ciberespacio para producirse. De hecho, la mayor parte de los delitos acaban teniendo relación con internet en alguna de sus formas. Pero la categorización del delito no tiene porqué cambiar por el hecho de que se produzca en el ciberespacio o con su ayuda. En realidad, lo que ha cambiado es la naturaleza misma del entorno en el que se producen los delitos. Eso es lo que tenemos que entender para poder regular el mundo. Lo que ha cambiado no es el delito, es el mundo en el que se produce.
Se trata de un fenómeno similar al de la velocidad relativa cuando vamos en un tren. Lo que cambian son las referencias, los ejes de coordenadas en los cuales medimos los delitos o cualquier fenómeno, no el fenómeno en sí.
El ciberespacio vendría a ser, como decía antes, un aglutinante, un catalizador que modifica la esencia de las cosas. Si mezclamos una palada de cemento con una de arena tendremos dos paladas de mezcla de cemento y arena. Nada ha cambiado en la consistencia de la mezcla respecto de la suma de sus componentes. Si añadimos agua -teóricamente un compuesto que podría ser equivalente a cualquiera de los otros dos- la consistencia de la mezcla se altera de forma sustancial. Algo hay en el agua que modifica la naturaleza del cemento y la arena.
El agua, el calor y la luz (la energía, si queremos) son ejemplos que tenemos muy interiorizados de elementos que alteran la naturaleza de las cosas. El ciberespacio es un equivalente a ellos. No existe de forma independiente sino que provoca alteraciones en los demás entornos y, principalmente, en nuestra percepción de los mismos.
No, el ciberespacio no es un Global Common equiparable a las aguas internacionales, los espacios aéreo o exterior. Sin embargo, hay una segunda acepción de Global Commons que se refiere a los recursos naturales que compartimos los humanos y que no podemos apropiarnos ninguno. El agua dulce, el aire que respiramos, el equilibrio térmico, las corrientes marinas, la biodiversidad, en definitiva, el medio ambiente se define también como un bien común a toda la Humanidad.
El ciberespacio, con las cautelas que su naturaleza artificial obligan a tener, podría entenderse más como un bien que permite la vida y desarrollo de las personas y las comunidades y que necesita mecanismos de regulación similares a los del medioambiente.
Kioto, Copenhague, Durban, Río y otras cumbres del clima no nos permiten ser muy optimistas en cuanto a la adopción de soluciones consensuadas para la reglamentación del medioambiente ni ofrecen un modelo a seguir para la del ciberespacio. Sin embargo, más pronto que tarde, ambos ámbitos necesitarán de una legislación a nivel planetario que trascienda los ámbitos del derecho internacional y de los derechos nacionales. Y el modelo se me antoja muy similar para ambos casos.

Offensive cyber.

A few months ago I took part in a round table during the CyberDefence and Network Security Forum (CDANS 2013) in London. My good friend Bill Hagestad II offered me the challenge to participate alongside very distinguished figures in the field. The topic, he briefly told me, was “Offensive cyber operations”.
There was a vivid discussion on the need to actively engage the adversaries in cyberspace for the better part of one hour. Bill finally asked whether we thought offensive capabilities should be used. My answer that day was not a much elaborated one. A simple: “yes”.
Bill is a former USMC Lieutenant Colonel (what do they feed USMC and our Infantería de Marina that they are so bright?). I, myself, am active Spanish Air Force. It did not seem obvious to me at that time that I needed to further explain why you need to be offensive in cyberspace. It is something that I gave for granted.
Air Forces do not “stand their ground”. There is no “ground” to stand up there. Even when you are in a defensive posture you take off with an offensive mindset. You go up there to engage the enemy and you do not sit idly waiting for him to attack you. “Sitting ducks” are perfect targets for active users of Air Power. In fact, the technological race in the aeronautical military industry has always –at least until very recently– been about speed. Faster was better.
So, for aviators, it is only natural that you do not wait and see if you can resist attacks in cyberspace either. Take, for example, the bombing missions in WWII. Attackers could afford to miss their target once and again as long as they did not lose the initiative. Defenders, on the other hand, could not allow the attacker to be successful even once.
With the increase in speed, aircraft could reiterate the attacks even more frequently and, therefore, pose an even bigger threat to the “duck”. At an infinite speed, attacks would go on without pause until the target was beaten.
Cyberspace offers something very close to infinite speed. You can run but you can hardly hide. You do not outlast your attackers, you outmaneuver them, outsmart them or, which is the same, outrun them.
Still, the real value and threat in cyberspace is its ability to shape ideas. It is information –therefore, ideas– what travel through the web. You shape those ideas or someone else will; you either exert influence or only receive it.
If you are going to be a player in cyberspace you cannot simply “pass”, you have got to bet.

LA FUERZA DEL CAMBIO

Cuando estudiaba bachillerato escribí -cosas que se hacen en esos momentos- un poema que acababa diciendo que "sólo el que alcanza cada día el horizonte es feliz". Mi intención con esa frase era destacar la necesidad de seguir avanzando, de buscar tus ideales y tus metas cada día. Al mismo tiempo, me mostraba escéptico respecto de la posibilidad de ser feliz ya que el horizonte avanza siempre contigo. Quizás hoy cambiaría la frase para reflejar que es la búsqueda y el esfuerzo de la felicidad lo que la propicia. La felicidad no es el resultado de la búsqueda sino la consecuencia del esfuerzo diario en alcanzarla.
En las siguientes páginas están algunas de mis reflexiones y muchos de mis artículos. En mi perfil de LinkedIn (http://www.linkedin.com/in/angelgdeagreda) está la relación completa. Gracias por tu interés y tus comentarios.

When I was in Highschool I wrote a poem -one of those you write at that age- which ended up like "only he who reaches the horizon everyday is really happy". I intended to express the need for constant search of your ideals and goals, the need to keep going forward. At the same time, I was showing skepticism towards the idea of being able to achieve happiness as the horizon always advances at the same pace you do. I might change the sentence today to reflect that it is the effort you put on the search for happiness which really gives it to you. Happiness is not at the end of the search, it is a consequence of the daily struggle to reach it.
In the following pages you can find some of my thoughts and many of my articles and papers. In my LinkedIn profile (http://www.linkedin.com/in/angelgdeagreda/en) you can find all of them. Thank you for your interest and your comments.